EL VIENTO Y LA ROSA.
Un bello día de verano, el viento que pasaba
presuroso sobre los jardines prístinos de aquella campiña, observó a una rosa de purpúrea hermosura, era tal su raresa, que en su
correr se detuvo a ver aquella inefable belleza.
Ella estremecida ante semejante
suceso, el de haber parado al viento, echó a reír coquetamente, con un dejo de vergüenza que no podía disimular.
_Hola bella rosa, dijo
amablemente el viento.
_Hola señor viento, soplo divino
de la aurora.
_Su belleza me extrémese, linda flor de perfumado aroma.
_Aprecio su deferencia al quedarse
conmigo, mi señor.
Él en su embeleso, al principio
empezó a envolverla suavemente, con ternura pero con intensa pasión.
Los rojos pétalos de aquella rosa
con una dulzura indescriptible eran acariciados y se movían con gracia infinita
y suavidad perfecta.
El céfiro no la dejaba, la
envolvía, la atrapaba, quería hacerla suya, arrancarla de aquel rosal y
llevarla a volar a su lado para siempre, se había enamorado locamente, pero su
amor estaba impregnado de egoísmo, solo quería la rosa para sí, para satisfacer
su varonil pasión.
Se olvidaba que la rosa era un
universo en si misma, un ser maravilloso que solo quería ser eso, una bella rosa
para adornar el jardín del creador.
Pero en su locura por atraparla
y hacerla un objeto más de los tantos que por el camino levantaba, empezó a
envolverla con más fuerza, y más fuerza, hasta que la rosa agitada le pedía que
la soltara, que la tratara con
delicadeza, que su ternura solo podía ser disfrutada en un estado de contemplación
y libertad.
_Tienes mi amor, no te lo niego,
te daré mi naturaleza entera, puedes ver que me entrego a ti apasionada para
compartir mi felicidad con la tuya, pero ámame en libertad, no me hagas una
cosa más en tu vida, mi señor.
_¡No, no!
Respondió el viento lleno de soberbia.
_ Serás solo mía y de nadie más, tú
me perteneces, tu belleza es mía, así como tu alma, tu eres mi rosa.
Y se dispuso a envolverla con más
fuerza, hasta que la pobre rosa empezó a soltar sus hermosos pétalos, uno por
uno, y al final con un suspiro perdió la vida.
El viento inconsciente, lleno de egoísmo
y nefando orgullo, una vez consumado ese supremo acto de crueldad, y viendo que
la rosa ahora era solo un manojo de pétalos marchitos tirados en el suelo, se
dispuso presuroso y renegado con fuertes resoplidos a continuar su largo camino.
La moraleja del cuento es sencilla,
si vas a amar a alguien, deja el orgullo, el egoísmo y hazlo en libertad, así
cuando estés con el ser amado sentirás en tu corazón una dulce melodía, que se repetirá
cada vez que estés en su presencia, será tan hermosa que te llenaras de una felicidad intensa y que compartirás con la felicidad que emana de ella (el) al
sentirse tan bien amada(o).
Es ese el secreto para un amor perenne
y hermoso como la hierba verde que cubre el campo.
Bernal Vargas.
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